El teatro español de comienzos del siglo XX se puede dividir en dos corrientes bien diferenciadas:
Comedia burguesa: Triunfó con Jacinto Benavente. En estas obras se representaban los pequeños vicios de la burguesía. Los aspectos más innovadores de este teatro fueron la agilidad y la naturalidad de los diálogos, lo que llevó a que los asistentes aceptasen con agrado estas obras, en las que la ironía y una leve crítica se expresan de forma elegante y distinguida.
Jacinto Benavente |
Representación de la obra de Jacinto Benavente La túnica amarilla, en el Teatro de la Princesa, actual teatro María Guerrero (Madrid, 1916) |
Teatro poético: Su objetivo era reflejar la sensibilidad modernista, reaccionando contra el teatro realista y costumbrista, por medio de la belleza, empleando la poesía, la música, los decorados y la escenografía. Sin embargo, las obras que triunfaron en España fueron las que abandonaron el modernismo y emplearon el teatro poético como un teatro en verso inspirado en el drama romántico.
Teatro cómico: Teatro cuyo objetivo era mostrar una visión idealizada, complaciente y tópica de la vida popular. Presentaba ambientes pintorescos en los que el humor radicaba en los personajes populares, graciosos y que usaban un lenguaje casticista.
Una vez que conocemos las distintas corrientes teatrales de la época, debemos situar a Valle-Inclán, el cual perteneció a la generación del 98, generación de autores que vivieron la crisis de 1998 (derrota contra EEUU en la guerra de Cuba, y la consiguiente pérdida de varios territorios españoles de ultramar) y que comenzó a escribir teatro en 1905. Se preocupó por conseguir una renovación teatral, obteniendo unas de las obras teatrales más originales de principios del siglo XX en España. Para él el teatro no era solo texto dramático, sino una creación de arte plástico.
Divinas Palabras, considerada como una de las mejores obras de Valle-Inclán, fue una obra crucial en la trayectoria del autor, ya que fue la obra que dio paso al género del esperpento. Se trata de una obra revolucionaria para la época, ya que en ella Valle-Inclán degrada y margina a los personajes de una forma totalmente innovadora, además de añadir connotaciones satánicas, algo también innovador en la literatura española. El mejor ejemplo de estos simbolismos satánicos es Lucero: el nombre Lucero deriva de Lucifer, y el apelativo de Séptimo Miau hace referencia a los gatos (Miau), una de las encarnaciones del demonio más típicas en las literaturas europeas. Además, la figura de este personaje muestra muchos rasgos de naturaleza diabólica (lascivia, presunción, soberbia, envidia, avaricia...). También se demuestra su relación con Satanás observando sus conversaciones con Pedro Gailo, considerándose incluso a sí mismo como compadre del demonio, además del tema del "querer saber" (conocimiento sobre el pasado, el presente y el futuro) que el demonio no pudo lograr, representado en el ojo tapado de Séptimo y en Coimbra y en Colorín, sus animales, que son capaces de leer el futuro.
Continuando con el tema empezado en el párrafo anterior, esta obra dio paso al esperpento, cuyas principales características son:
- Uso de lo grotesco para distorsionar la realidad y degradar a los personajes
- Deformación sistemática de la realidad para burlarse de ella y caricaturizarla
- Muerte como personaje fundamental
Ejemplos de la deformación:
- Ambientes: La acción toma lugar en burdeles, antros, zonas míseras y pobres..
- Personajes: Borrachos, tullidos, deformes...
La metáfora en la que se basó Valle-Inclán para crear el esperpento partió de los espejos cóncavos de una ferretería de Madrid, en los que Valle se fijó como deformaban la realidad. Pensó que la deformación de la realidad podía servir como una crítica a la mezcla de grandeza y grotesco de la sociedad española. Esta sería la forma de ver la realidad que usaría en todas sus obras a partir de entonces, como en Luces de Bohemia o la trilogía Martes de Carnaval.
No hay comentarios:
Publicar un comentario