Valle-Inclán refleja en su obra la forma de vivir y de pensar de los españoles de la restauración. La obra muestra una Galicia muy atrasada socioeconómicamente con respecto al resto de España y muy supersticiosa. Se trata de una época de grandes cambios en las ideas de la sociedad, en lo referente a la iglesia y la política. Fue una etapa de decadencia para la iglesia ya que muchos creyentes dejaron de creer o perdieron la confianza en Dios, ya que pensaban que no les hacía caso.
En la novela, el máximo exponente de esta decadencia eclesiástica es Pedro Gailo: su deber en la novela es luchar contra tres de los pecados capitales: la avaricia (entre Mari Gaila y Marica del Reino por los beneficios del carretón), la lujuria (la que despierta Séptimo en Mari Gaila) y la ira (la del pueblo, que obliga a Mari Gaila a refugiarse en la iglesia). Por desgracia, fracasa en todos sus objetivos: la discusión entre cuñadas se resuelve gracias a El Pedáneo, pierde contra Séptimo en los debates dialécticos que ambos realizan, en los que ambos muestran sus posturas opuestas, cae en el vicio del alcohol y el sexo al emborracharse e intentar violar a su hija, y además no es capaz de vencer la ira del pueblo al recitar las Divinas Palabras, cuyo significado solo entiende él, sino que todos se retiran sobrecogidos por el tono litúrgico y de conjura de las palabras. Este último hecho se relaciona también con el atraso y la incultura de la mayoría del pueblo gallego de esta época.
Representación de Divinas Palabras en el Teatro Español (Madrid, 1933). En esta representación el papel de Pedro Gailo fue escenificado por Enrique Borràs, uno de los actores teatrales españoles más importantes de principios del XX |
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